Viernes 28 de Diciembre de 2012 -
Ayer estaba charlando con una amiga y llegamos a la misma conclusión: "la experiencia de otras personas no puede aprenderse verdaderamente como experiencia".
Así que acá estoy, en plena cuenta regresiva para irme, con una idea fija: VIVIR. Eso, dale. Porque al final, es la forma más aventurera de aprender.
Les dejo un hermoso texto del gran Dolina (reliquia argentina que nos infla el pecho):
"Se puede afirmar, sin temor a la indignación de los sabios, que en los tiempos
que corren es cada vez más improbable tropezar con la aventura.
Lo
imprevisto, lo extraño, lo misterioso no sucede nunca.
Curiosamente, parecen
existir muchísimas personas con espíritu aventurero. Todos los días conversa uno
con señores que desean vivamente una vida más interesante y un teatro de
acontecimientos más rico y más amplio.
Esta gente sale de su casa cada
mañana esperando que algo ocurra y buscando, como decía Whitman, "algo pernicioso
y temible, algo incompatible con una vida mezquina, algo desconocido, algo
absorbente, desprendido de su anclaje y bogando en libertad".
Pero la
búsqueda es siempre inútil y casi todos los hombres, en el ocaso de sus vidas,
confiesan que no han vivido jamás una aventura.
¿Dónde estan -se pregunta
uno- las doncellas atormentadas por un gigante que desde la torre se algún
castillo esperan nuestra intervención salvadora?
En ninguna parte. Ya no
quedan gigantes, ni castillos, ni -mucho menos- doncellas.
La actual
civilización parece pensada para evitar las aventuras. Porque en realidad la
aventura es el riesgo. Y nadie quiere arriesgarse.
Siendo la seguridad un
valor cuya admiración se promueve de continuo, es inevitable que la mayor parte
del esfuerzo tecnológico que se realiza esté destinado a evitar sucesos
imprevistos. Las cerraduras Yale, los despertadores, los semáforos, las píldoras
anticonceptivas, las alarmas, los preservativos, los cierres de cremallera, las
agendas, los paracaídas. Todos estos inventos alejan el
sobresalto.
Naturalmente, siempre queda alguna grieta como para que se
introduzca lo extraordinario. Pero no es suficiente. Para demostrarlo, vale la
pena realizar una sencilla experiencia: pidamos a nuestros conocidos que
refieran los hechos más curiosos que han vivido. Los resultados serán entre
aburridos y penosos.
Alguien quedó encerrado en el ascensor durante una hora.
Otro dice haber ganado un jarrón en una kermese. Un tercero obtuvo un boleto
capicúa.
Se trata de aventuras miserables.
Los griegos pensaban que las
cosas ocurrían sólo para que los hombres pudieran contarlas luego. Si esto es
cierto, el futuro de nuestras conversaciones es poco prometedor. ¿Qué les
contaremos a nuestros nietos? ¿Que una vez vimos un choque? ¿Que se nos reventó
un sifón? Pobre será la épica que surja de estos modestos cataclismos.
El
aventurero actual ha aprendido a contentarse con sombras de emoción. La
televisión y el cine son sus melancólicos proveedores de asombro.
Chesterton
había inventado una solución genial: la Agencia de Aventuras.
Era una empresa
que tendía a los caballeros que experimentaban el deseo de una vida
variada.
Mediante la satisfacción de una suma anual, el cliente se veía
rodeado de acontecimientos fantásticos y sorprendentes provocados por la
Agencia.
El hombre salía de su casa y se le acercaba un chino excitadísimo
quien le aseguraba que existía un complot contra su vida. Si tomaba un coche,
era conducido al Barrio del Invierno, donde cunden las riñas, los marineros
egipcios y las mujeres peligrosas. Gracias a esta eficiente organización, el
aventurero se veía obligado a saltar tapias, pelear con extraños o a huir de
desconocidos perseguidores.
Pero la realidad, aún cuando ha sido capaz de
depararnos empresas tan absurdas como las que investigan mercados o gestionan
transferencias de automóviles, no nos ha brindado una Agencia de
Aventuras.
¿Qué puede hacerse entonces?
Pues hay que actuar. No podemos
pensar que las aventuras vendrán a nosotros. De nada sirve esperar lo imprevisto
mirando vidrieras o sentados en el umbral. Es necesario que uno mismo provoque
sucesos extraordinarios.
Para demostrar que esto es posible, abandonaremos
las anchas avenidas de los Enunciados Generales para ingresar en el Laberinto de
los Ejemplos Concretos. Para decirlo de una vez, nos proponemos impartir
instrucciones precisas para vivir aventuras:
Aventura de la mujer
rubia
Antes de comenzar a vivir este episodio, usted debe elegir a una mujer
rubia. Desde luego, es preferible que sea hermosa. Y desconocida.
Una vez que
usted se haya decidido por una rubia determinada, comience a seguirla. Pero,
atención. No se trata de escoltarla durante un par de cuadras murmurándole
frases ingeniosas. Hay que seguirla silenciosamente y en forma perpetua. Hasta
su casa. Hasta su trabajo. Hasta donde fuere necesario.
Esto no debe
interrumpirse jamás. Cada vez que ella entre en un edificio, usted deberá
permanecer afuera esperando su salida.
No hay que disimular. La idea es que
la mujer rubia advierta cabalmente que usted la está siguiendo. Esto la pondrá
muy nerviosa y hasta es probable que llame al vigilante.
Pasarán días,
semanas, y tal vez meses. Usted se convertirá en una sombra familiar y
silencionsa. Si la mujer rubia tiene novio, no abandone la empresa. Después de
todo, usted solamente quiere que algo ocurra. Y tarde o temprano algo
ocurrirá.
Aventura del timbre que suena en la noche
Usted camina por una
calle oscura. Son las cuatro de la mañana. Tal vez llueve. De pronto, frente a
una casa cualquiera, usted resuelve tocar el timbre. Pasan los minutos. Usted
vuelve a tocar. Un hombre consternado abre la puerta.
-¿Qué ocurre? -
pregunta.
- Ando en busca de una aventura - contesta usted.
Aventura de la
novia perdida
Un día usted resuelve encontrar a su Primera Novia. Si usted
ha tenido el descaro de casarse con ella, es evidente que la cosa no constituye
una aventura sino una fatalidad.
Pero supongamos que usted no la ve desde
hace veinte años. No sabe qué ha sido de ella. Apenas recuerda su nombre y su
cara ha tomado ya la forma de los sueños y el recuerdo.
Usted hace
averiguaciones. Indaga entre quienes la han conocido. Investiga en los lugares en
los que ella trabajó o estudió. Recorre calles al acaso, cree reconocerla dos o
tres veces. Alguien le pasa un dato cierto.
Mientras todo esto ocurre, usted
se vuelve a enamorar de la Primera Novia y sueña todas las noches con ella, como
solía hacer veinte años atrás.
Un día usted descubre su paradero. Sabe
exactamente dónde encontrarla. Tiene la dirección, el número de su teléfono y
conoce los horarios en que es apropiado llegar a ella.
Usted piensa que la
aventura ya puede comenzar, pero en realidad es aquí donde debe
terminar.
Aventura del túnel que va a cualquier parte
Usted y un grupo de
amigos aventureros comienzan a excavar un túnel en el fondo de una casa, que
puede ser la suya. La tarea deberá acometerse con el mayor vigor.
Durante
la excavación se irán descubriendo objetos extraños, tales como huesos,
cascotes, tapitas de cerveza, zapatillas fósiles y antiguos pozos ciegos.
El
trabajo durará meses y meses. Durante ese lapso surgirá una deliciosa
camaradería entre los integrantes del grupo. Es muy probable que todos sean
despedidos de sus trabajos habituales, en razón de inasistencias, la
impuntualidad y la suciedad, inevitables cuando un excava un túnel. Por las
mismas razones, los que tuvieren novia serán abandonados.
Así las cosas, la
única preocupación del grupo será cavar y cavar. Un día cualquiera, cuando el
túnel ya tenga una extensión considerable, se comenzará a cavar hacia la
superficie. Y aquí viene el momento fundamental de la aventura. ¿Dónde
aparecerán los viajeros subterráneos? ¿En el hall de una casa habitada por
señoritas solteras? ¿En una panadería? ¿En un convento?
Hay otras aventuras
posibles: la del que se embarca en un carguero sueco, la del viaje subterráneo a
través del arroyo Maldonado, la del que investiga a los mendigos para descubrir
que son ricos, la del que se mete en el baño de damas, la del que se agacha a
ver por qué no explota el cohete... Hay que elegir.
Salgamos de una vez.
Salgamos a buscar camorra, a defender causas nobles, a recobrar tiempos
olvidados, a despilfarrar lo que hemos ahorrado, a luchar por amores imposibles.
A que nos peguen a que nos derroten, a que nos traicionen.
Cualquier cosa es
preferible a esa mediocridad eficiente, a esa miserable resignación que algunos
llaman madurez."
viernes, 28 de diciembre de 2012
viernes, 30 de noviembre de 2012
NO REGRETS
Entonces fui a buscarlo. Lo miré a los ojos y le
dije mi verdad más cruda (esa que guardaba en mi interior hace casi un año, que moría de miedo de admitirlo y más aún, de decirla en vos alta): “no quiero ir a París sin vos”.
¿Y vos me preguntás qué esperaba que me conteste? Lo
que para mí, hasta ese entonces, era obvio: que él tampoco quería. ¿Qué si me
contestó eso? Si. Si y no. Primero que SI.
Entonces me sentí Andrea Del Boca en
una novela del mediodía en Telefé; y él, el protagonista (el príncipe angloparlante, como
le dice mi hermano), que después de idas y vueltas, se da cuenta que todavía me
ama, me recupera, vamos juntos a Paris y chan, felices para siempre.
El tema es que ese “y fueron felices para siempre”
se me fue al carajo ayer a la noche. Porque ahí vino el NO en un llamado telefónico
(si, que se yo…es que los príncipes contemporáneos no tienen tantas agallas
como los de antes y te dejan por teléfono). “Que tengo miedo, que sufrimos mucho, que el
rencor, que todavía no puedo perdonarte”, etc, etc, etc. (OJO, cómo si sólo él tuviese miedo, cómo si sólo él tuviera que perdonar). Todo tranquilamente
superable con una noche de vino y charlas con las chicas, alguna que otra sesión
con la psicóloga, no mucho más.
Pero lo terrible, lo que me dejó con ganas de preparar
una chocotorta a las 12.52 a.m,
esperar a que se enfríe y comérmela entera, fue el gran “sos un minón, flor”.
Decime si es necesario. En serio. Capaz yo no me doy cuenta. Pero HAY NECESIDAD QUE TENGAS QUE
JUGAR ESA CARTA DE MIERDA PARA DEJAR A ALGUIEN? EH? “sos hermosa”. “que mujer increíble”. SI SOY TAN
INCREÍBLE PORQUÉ MIERDA NO QUERÉS VENIR CONMIGO A PARÍS!??
Pero hay que seguir. Y seguir. Y
seguir. Como decimos los tanos: “Avanti. Avanti ahora. Avanti sempre.”
Y si, mejor me concentro en los 98
días que faltan para tomarme ese avión con el que soñé tantas veces. Me voy. Me
voy a conocer el mundo. O por lo menos, lo que mi cuenta en el banco me
permita.
Y si viene o no a París, eso no lo sé (bueno, es evidente que no tiene muchas ganas). Pero sí sé que hice como me enseñaró una amiga cuando estudiamos: “poner el cuerpo”. De eso
no tengo dudas. Puse el cuerpo, el alma, la mente y lo más importante: mi corazón.
Una lástima. No regrets.
[ah. si. me olvidaba: bienvenidos a mi blog del viaje! prometo escribir historias máslindasmásgraciosasmásfelices, poner fotos y otras cosas. sólo que hoy arranco con éste viejo asunto, esperando que sea sólo uno de los tantos post de mi vida]
Suscribirse a:
Entradas (Atom)